DOS SUEÑOS EN DOS NOCHES
Es muy raro para mí, que casi nunca sueño; y los dos se parecen un tanto, se unen y se separan por partes, como si fueran capítulos entrelazados de una obra escrita, o una vida real. Voy a tratar de ir separándolos según te cuento pero no estoy muy seguro de lo que lograré. Pero vamos a ver…
Caminaba yo por el borde del valle, allí donde se unen pradera y tupido bosque, y donde desde lejos el verdíbronce colorido del monte nos da la impresión de ser una muralla impenetrable… Hasta que a su lado arribamos. Acostumbrado toda la vida a campear por los montes y cualesquier tipo de terreno, seguí mi camino entre trocos y ramajes penetrando la espesura del bosque. Yo andaba solo, caminaba alegremente sin otro motivo que el placer de andar por el vientre la naturaleza amiga. Anduve un rato al cabo del cual la tupición del bosque fue dándole paso a una especie de campos verdes cuyo cielo era cubierto por las copas de los inmensamente altos árboles y estos a su vez se iban tornando en una especie de jardín como esos que vemos en algunas partes de Europa rodeando algún templo milenario y palacio real. Había allí algunos bancos de color verde que no me parecían ni de madera ni de cemento; eran de una textura sólida y a su vez suaves al contacto con las manos y el cuerpo. Me senté un momento. Por entre los inmensos troncos coloreados de carmelita, blanco, gris, ocre y amarillos que estaban bastante separados unos de los otros de una manera que realmente pareciera como si un arquitecto los hubiera diseñado para ese fin, planeado y plantados para dar aparte de una sombra total, una claridad maravillosa cual si una luces blancas invisibles le dieran sus distintos tonos de luces y sombras, el claroscuro de las cámaras del cielo.
Por un rato contemplé el lugar, todo campestre. Me quedé dormido en el banco donde me había sentado. Y soñé, soñé y soñé más aún.
Yo no sé cuánto tiempo dormí; yo se que soñé un año tal vez. Poco a poquito en mis sueños yo empecé a ver allí, tal vez media milla o menos frente a mí, hacia la derecha, se fue abriendo en suelo una veredita de tiernas yedras pegadas al suelo, y una vía empedrada de lajas de blancas y grises y bronce coloreadas piedras. Por alguna parte del monte emergían personas, familias, niñas con bellos parasoles blancos y azules ribetes, rosados con filamentos plata, ropas elegantes pero algo así como de los tiempos de la Reina Victoria, totalmente victorianas las ropas, las botas, las flores en la las ropas, hombres y mujeres pero muchas niñas que andaban de parejitas caminando delante de sus padres, charlando y riendo como ríen las chicas de los diez a los doce años cuando ya comienzan a sentir que existe una vida más allá de la cuna, por muy cerca de la nodriza que sea….
Pero desperté cuando por la vereda de la izquierda venían unas familias entre las cuales alguien jugaba y hacia ruidos con un pandero. De pronto surge correteando delante de su familia esta mujer joven, como esas que todavía son niñas, pero que la vez ya son mujeres… Correteaba, hacia ruidos con el pandero, reía alocadamente, no le hacía el menor caso a su madre que la reprendía suavemente, porque me daba la impresión que el padre la consentía. No lo sé, eso me parecía.
Todos los niños reían y disfrutaban a su paso hacia el grandioso edificio aquel, menos esta criatura inquieta. Todos al pasar me saludaban con silentes movimientos de cabeza; ninguna niña hablaba con un hombre extraño eran esos tiempos. Menos esta florecita indisciplinada. Con una osadía rara para una mujer, mucho más una niña, una joven mujercita, se acerca a mi banco, planta sus pies en firme, se pone las manos a la cintura y muy displicente me dice: ¿Y usted que hace durmiendo ahí, no ve que se va a resfriar? Y antes que yo saliera de mi sorpresa, me invita, venga, venga con nosotros, y me hala por la mano con un total desenfado que a la madre le cayó como una pedrada en un ojo. Yo me sentí halagado pero al tiempo algo turbado porque la veía tan joven cerca de mí y tan atrevida, pero el padre, que en primer momento porque la madre la regañaba le dijo, niña, no seas atrevida, cuando vio lo contrariado que yo estaba, me sonríe y me indica con la mano para que siga con la chica…
Yo no lograba salir de mi turbación; y el paso alegre de las familias cuyo número aumentaba por momentos, nosotros dos ahora caminábamos unos cuantos pasos avanzados
Más adelante que sus padres, y ella me reía y hasta me pegó con su parasol banco con libélulas azules y mariposita rosadas bordadas y colgantes del mismo en la cabeza. Ríase. La vida es corta.
Reí. Desperté del sueño. Y pasé todo el día con el recuerdo presente de aquella divina carita, no era mujer, era niña, y a la vez no era niña era algo diferente a todas la mujeres, era, era, era…
=========ya pasó ese día, y uno más
Y volví a soñar.
Curioso, ya no era niña, era una mujer, bella, altiva, de fácil risa y decididamente dueña de su ser. Me daba la impresión a simple vista de ser una de las aves del bosque. Libre, guapa, indomable, reina y diosa, sumisa a voluntad y rebelde a morir, y me enamoré de lo que ahora estaba mirando ante mí en medio de aquel paraíso terrenal.
¿Entramos? Me pregunta al tiempo que se agarra de mi brazo. No, perdone yo entro luego. Luego nada ya estamos aquí, ese e templo de mis dioses, mis padres me esperan; nos espera mi padre, mejor dicho.
No le entiendo, señorita.
No entiendes nada. Vamos, m padre del templo y mi padre de carne nos esperan…
…¿Nos? Perdón?
Sí, mi padre, padre primero. Míralo allí aquella figura alta y sonriente que espera a la puerta del templo, ese es mi padre.
¿Y?
¿Y, qué, pero es que tengo que explicártelo todo, dártelo por cucharadas?
Perdone usted, señora, pero es que…
Es que nada, las campanas del templo, óigalas, entremos.
Cedí medio perturbado al tiempo que lleno de gozo por ser invitado por esta mujer misterios y bella que me tira, me hala, me empuja, me dicta como si el pobre diablo que soy esclavo suyo fuera.
Yo que he batallado contra los molinos, he destruido dragones, he comido fuego en las islas del sol y
Atrapado ciruelas con un arco de iris…
Yo que los hombres del reino se inclinan ante mí y se asombran al oír pronunciar mi nombre, soy aquí tirado de la mano y llevado templo por esta chiquilla temperamental…
Vamos hombre, no la haga esperar más, ¿no ve usted que ha sido seleccionado por el padre mismo…?
¿Pe, pe, pero, no es usted el padre..?
Si yo soy su padre biológico, pero aquí estamos ante nuestro padre espiritual…
Pero, ¿y usted qué me dice, a ver, es que no se…?
Vamos, hombre, ella te ama. ¡Anda! Ve con ella, es tuya para la eternidad…
¿Pe, pe, pero es que nada; has sido seleccionado por el padre, es tuya
Y tienes su bendición y la mía.
Su padre me dio un fuerte abrazo.
De la torre venían los tañidos de mil campanas, de los coros cantaban ángeles, aves y niños, las libélulas, as mariposas y las abejitas recorrían los jardines y de pronto ella se acerca más a mi cuerpo bien agarrada de mi brazo, cuando una estruendoso explosión del cielo abre un claro entre las altas copas de los árboles y penetra la luz y una voz diferente a todas las voces del coro de la humanidad, se hace oír. ES TUYA, TOMALA.
Una especie de redecilla como de tul o de humo, así de vaporosa penetra por el claro de las copas de los árboles y ante el aplauso de unos y el canto de las aves y los ángeles, cae sobre nuestras dos cabezas, nos envuelve totalmente como las atarrayas de los pescadores hacen en el rio tras la sardina, y ya no vemos a nadie más; de pronto estamos solos ella y yo en un abrazo bajo el velo que del cielo nos mandó el Señor.
En el templo hay un solo hombre que se va alejando con una sonrisa feliz en su rostro.
Papá, papá, espera; deja darte un beso.
Aquí ya lo sentí en mi rostro, hija mía… me voy feliz
Ama a ese hombre, como amas a Dios mismo
Como me amas a mí.
En el hallarás un poquito de mí.
Dios los bendiga.
Ella ría y lloraba, acurrucada en mi pecho,
Las puertas del templo fueron cerradas, la tarde se convertía la obscuridad,
Y en medio del bosque una miríada de luciérnagas prendieron sus luces y nos hicieron coro,
Una centena de violines dejaron oír sus quejas, tormentas y días soleados pasaron, las aves cantoras venían a comer de sus manos y os pececitos del rio parecían alegrarse cuando ella se sentaba en la ribera. Nuestro amor nació y creció así en el templo del Dios mismo.
Dos copas de vino sentados compartimos, un beso, una mirada, y dormidos nos quedamos sobre la cama de flores que los gorriones nos sembraron al pasar.
Desperté en silencio. Miré a todas partes y esa mujer existía. Estaba en otros brazos protegida, y en el alma y el espíritu era en mí en quien pensaba. La encontré una tarde, y libamos las dos copas de vino del sueño. Y a los ojos nos miramos. Y nació este amor. O, mejor, no nació allí en ese instante, lo creó Dios mismo en el cielo; este ahora es solo el reencuentro después de pasar los mil siglos de ausencia que purificaron nuestros sentimientos para poder cumplir con el Dios del amor.
Ya estoy despertó y te vengo a buscar.
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