UNA BOTELLA PARA UNA GAVIOTA
¡Wonders Never Cease!
Apareció en un correo, se declaró Gaviota en el segundo.
Escribí esto por ella y en silencio desapareció.
Enero 16 2008.
Ayer, como ave viajera, reapareció extrañada de su propio silencio y con más cariño que ayer.
Mutua alegría ha sido este virtual encuentro de “fantasmas detrás de los teclados”….pero esto es para ella.
Para una Gaviota. Una Botella para Una Gaviota.
UNA BOTELLA PARA UNA GAVIOTA
Voló una vez una gaviota isabelina
sobre la bahía en su eterno vuelo cantarino.
Se posó sobre una estaca. Miro en derredor,
!Ah!, un brillo… un relampaguear de cristal verde
sobre el agua-gris de la bahía.
Una botella, una nota, un nuevo encuentro,
un salpicar de aventuras concentradas
en corrientes que viajan por la eternidad de
cielos distantes y a la vez presentes.
Y la gaviota elevó sus alas al firmamento y tocó
con su poesía una inmensa ola de simpáticas
guirnaldas colgadas al cuello de la vida.
Y me trajo un recuerdo.
Quiero compartirlo para que sus alas sigan abiertas
y sus ojos puedan ver más botellas, mas notas,
mas estacas, mas puertos de memorias viejas.
Allá en el verano de 1943, navegaba yo en un buque
que venia del Océano Indigo,
y haciendo escala para tomar combustible,
estuvimos en el puertecito de Punto Fijo,
en la Costa del Caribe, en Venezuela.
Partimos de allí, después de
abastecernos de petróleo, rumbo al Norte,
al atardecer de un día domingo.
En lo más alto del buque nos reunimos varios tripulantes
con una botella de Ron Santa Teresita,
que compramos en Venezuela.
El mar estaba “como un plato” y la luna llena era una hermosura.
Las guerras son crueles, pero hay momentos en ellas
para cantar a la vida.
Y lo hicimos. Cantamos y bebimos.
Una vez vacía la botella se me ocurrió la idea de hacer lo que
no debía, por ley y pura razón de peligro, haber hecho:
Escribí en inglés y en español una notita que decía,
más o menos:
“Esto es un experimento para estudiar las corrientes del mar.
Si alguien lo encuentra, por favor, enviarlo a:
Una dirección y una oferta de pagarle cinco dólares
por su esfuerzo al que la devolviera.
El tiempo pasó.
La memoria también.
Bueno, como las gaviotas ven todo lo que flota
y brilla sobre el mar, un buen día de 1947,
recibo en New York, una carta que me envía mi
padre desde La Isabela,
en la que me incluye la notita que yo puse en la botella
y la carta de un joven en Escocia,
que clamaba sus cinco dólares, por devolver la nota.
La carta con la nota, me decía mi
padre, había recorrido tres o cuatro países
después de haber nadado desde frente a Curazao hasta Escocia.
Yo nunca supe si el escocés Tam O’rourke fumaba,
pero mi padre le envió una caja de tabacos “Pontigo”,
hechos a mano en Sagua.
Y yo muy felizmente le pagué sus cinco pesos.
Y lo creí gaviota, porque me
decía en su carta que divisó el brillo de la botella en el agua
mientras pescaba sobre unas estacas de un muelle
destruido por los bombardeos alemanes.
Y este romance de la botella me llena de una grata nostalgia,
(si es que se puede decir de esta manera),
porque en el vuelo de la gaviota hay un poema.
Un poema que solo tenemos el privilegio de disfrutar
los que seguimos los pasos del capitán genovés.
La gaviota mira al mar y ve peces, botellas y notas,
yo miro al mar y veo el romance de la brisa,
la aventura del descubrimiento,
las arenas distantes
y el puerto del corazón.
Y allá la vemos, sentada sobre una estaca
del viejo muelle de Alfert,
la Gaviota Isabelina, con alma de poetisa.
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