22 dic 2010

AMAR SIN LUZ

Yo la esperaba sin saber quién era. Ni siquiera me hacia una idea de cómo luciría
 Ya me había encargado yo de escribir un poema, anunciando mi amor sin  paredes.
“Te amo cual eres”   se titulaba el poema, y en sus versos anunciaba a las nubes, que la amaba sin penas ni formas.  Ya  la amaba.  Yo creo que ella me amaba también, sin jamás unos ojos mirar ni una piel. Me paré en la acera  y miraba acucioso en su pos.

Una voz que de cerca me resuena al oído yo escucho. ¿Espera usted a alguien?
Me brotó una sonrisa del alma y sin pena ni asombro la besé en los labios con candor y alma.   Reímos.   Bebimos una copa de vino  y charlamos cual viejos camaradas. Ya nos conocíamos, diría quien nos viera.  Pero no ni siquiera observarnos el uno al otro. No, estábamos allí sentados frente a frente, las copas reían, los versos se hacían  pocos y las pupilas se cruzaron al fin. 

Me gustas cual eres. 
Yo no estaba segura de si te iba a gustar o no.
Yo no lo pensé; no lo necesitaba. Te amo así.
Difícil fue separarnos  luego de media hora allí.

Y nació este amor.
O, tal vez debo decir, miramos a nuestro entorno, y vimos los ojos de lo que hacía tiempos ya, era nuestro amor.
Se unieron las alas de las gaviotas al viento que pasaba, dando aliento a las flores que surgían en nuestros caminos. Caminamos un trecho. Nos amamos.
Se fundieron los mares y el cielo, allá en la comba lejana azul y verde de los horizontes.
Y de ahí comienza un idilio de libélulas que cantan por vez primera en la vida, flores que surgen solo cuando la ven en mis brazos, corazones que se alborozan al verla pasar de mi brazo y ángeles del puros que cantan plegarías al cielo porque ha nacido este amor.
 Los inviernos no son ya tan fríos. Los veranos no son tan calientes, la brisa refresca mi lecho, entre rosas y azucenas, orquídeas, clavo y jazmín.

Un  día acurrucadita en mis brazos miraba a la distancia mientras revolvía una espiguita de yerba con los dedos entre sus labios.
¿Qué sueñas?
Sueño desde siempre con este sueño.
Cuéntame, ¿quieres?

Te cuento. Siempre sueño con un palacio de mármol blanco donde a la entrada hay un banco también del blanco material.  Me veo sentada en ese banco.  Mientras que por la verdeante distancia se encuentra el camino, todo reluciente en  el verde más puro.  Las sutiles madejas del viento se destrenzan al llegar hasta mí.  Detrás mio están las puertas el palacio o templo de la virtud.   Tal vez un día me abran las puertas y un ser espiritual me invite al interno. Tal vez….

Muchas veces más o menos en esto es que piensa y recuerda mi amor. Y una vez.
No sé porque las cosas suceden así, las cosas de Dios y del amor son cosas ciertas pero a veces el ojo del hombre no entiende las señales.  Me dijo que había soñado aunque no estaba dormida. Curiosa la vida de este amor nuestro lo mismo soñé yo esa noche. Estábamos mirando a Dios en nuestra esquina y vimos que ya habíamos estado junto a él en varias ocasiones anteriores. ¿Pero cómo, Señor?
“Demoré en unirlos porque me quedé dormido”. –dijo el Señor, - “Ustedes dos se pertenecen desde muchas vidas que ya fueron, y mañana al salir de esta vida nuevamente, los quiero juntos para siempre sin cesar.   Si me duermo me despiertan y griten si es que hacerlo se hace necesario: ustedes dos se han de amar para la eternidad.” 
Humildes nuestros espíritus, pero alegres nuestras almas, bajamos del altar hasta la plaza.
Unas sombras se acercaban; era noche.
Un relámpago brotó del firmamento y el cielo lleno de luces se abrió al camino de la eternidad.

Un corcel de mil campanillas nos llevaba, tirando de la barra de aquel coche y en el camino eterno de los cielos, de pronto un ángel del coche nos levantó y flotando como espuma de nubes ya que flotaron nos fuimos por los anchos caminos del eterno, donde no había envidias, celos ni dolores.

Me contaba ella y recordaba yo. Lejos el uno del otro habíamos soñado eso mismo.  La tomé en mis brazos, la acaricié un momento y luego la miré a los ojos.   Lloraba.  Era feliz porque ella cree en su Dios. Nunca más amor, nos separaremos. Tantas veces ya fuimos los amantes de otras vidas que esta vez hemos pagado con distancias y ajenos el dolor de haber sido tan felices en un mundo de cristal.  Nos juramos nuevamente amor eterno. Lo juramos ante Dios y ante las horas.

Y han pasado misteriosos de envidia unos días,  hay quienes han querido este amor destruir, pero el cielo en su eterna bondad  nos selló con la sangre de oro, y con el cuño de su santa bondad Dios nos dijo que somos eternos amantes, en esta vida, y en la próxima como en nuestra anterior y las muchas más que vienen detrás. Así es nuestro amor.
 Ahora un  ángel divino, sujetando en su mano, la trompeta que anuncia el Señor, toca a vuelo de tambor y campanas, la venida hasta el mundo del cielo la bendición de este amor que comienza en un beso a sabiendas muy bien que la amaba sin que abriera mis ojos a ver.
La amo, nos amamos, y solo en el cielo vivimos.

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