10 dic 2010

MI PASAJERO HARAPIENTO

MI PASAJERO HARAPIENTO

> General, Narrativa — Gilberto @ 2:45
Me miró fijo a los ojos; los suyos eran penetrantes, pero tristes. Y nunca antes había yo visto ojos tristes brillar detrás de una generosa sonrisa.
La puerta de mi camión permanecía abierta. Para él la abrí. ¿No temes, hermano que te ensucie el auto? …estoy tan andrajoso!…
¿No estamos esperándole, el asiento y yo?
Por aquella carretera transitaban muchos autos, todo tipo de vehículos; desde lujosos coches convertibles hasta camiones de las más onerosas de las cargas. Pero nadie paraba. Al fin y al cabo, ¿por y para quién detenerse? la distancia hasta el próximo poblado es mucha, la necesidad comercial de cumplir ciertos itinerarios, la insensibilidad a lo que en nuestro pasajero entorno vemos y, hasta el riesgo de sufrir un asalto a que se expone uno por esos caminos de dios…no; a cada quien con su propia carga.
Yo mismo debía ser un poco mas precavido, pero yo soy así; y luego dicen que las experiencias enseñan. Tal vez eso sea cierto. Yo no sé; yo vivo sin cuidados de ese tipo. Pese a que ya una vez, hace muchos años, en una carretera de Texas, por recoger a una pobre mujer embarazada en una carretera, fui asaltado, dos días rodando por la cuneta donde me tiraron, robado y con un puñal en el costado. Debía haber aprendido a no recoger caminantes…
…no sé, no me he preocupado nunca y ni apenas lo recuerdo.
Pero, ¿por qué me preguntáis si aún me duelen las costillas?
Oh, nada, nada, simple curiosidad, creí que el manejar cansaba.. no me haga caso.
Un poco mirando hacia mi lado derecho (precisamente, por donde me apuñalaron aquella vez), y al espejo retrovisor, me iba haciendo una imagen de este pobre hombre. Puro harapos eran sus ropas y sus chancletas hace mucho tiempo que dejaron sus suelas por esos caminos de dios. Pero, he aquí un detalle curioso, este hombre no emitía mal olor alguno.
¡Hum! Curioso. Sus ojos, fijos en el horizonte allá adelante, parecía orar en silencio… pero sus labios no denotaban movimiento alguno. Tuve deseos de hablarle para romper la monotonía del atardecer, pero no tuve valor de perturbar su silenciosa expresión de estar aquí, y muy lejos al mismo tiempo.
¿Querías decirme algo?
No, -le mentí.
Nada, no me molesta, es mas; me alegra que me hagáis preguntas.
No sé cuanto tiempo en el espacio de cien kilómetros a alta velocidad recorrí ese día, porque ayer, hoy y mañana se juntaron en una cadena sin aparentes eslabones de hojas y flores de una historia que mas pareciera que asistía yo a un cinematógrafo que una conversación entre dos personas ajenas y recién conocidas.
Sus palabras no me daban la impresión de salir de sus labios, pero dentro de mi cerebro cada punto y cada coma sonaba con brillante tintinear de campanilla infantil…al tiempo que, con madurez de rigor.
Nunca me dijo donde quería ir. Tampoco yo se lo pregunté. Y cuando hubimos llegado a aquella ciudad, donde yo nunca había ido, y cuando fui a sacar el mapa para ver la dirección a que debía yo llevar mi misión real, mi carga, con su mano izquierda detuvo la mía, como si adivinara mis intenciones y con voz gentil, me dijo: Te queda a unas siete cuadras a la derecha, en la última puerta, al final de la avenida que en forma de cuchillo muere allí.
¿Es usted camionero? ¿O, trabaja allí…? ¿Cómo sabe…?
No; solo que he pasado muchas veces por esos caminos. Y he visto muchos de estos vehículos llegar hasta allí.
¡¿Oh?!
Un no muy disimulado escalofrío me recorrió los brazos.
No; no soy un inspector disfrazado de mendigo, no; soy solo yo…
No tuve valor de abrir mi boca.
Allí, ese lugar es tu destino; pero para entrar has de ir hasta la otra esquina, virar en redondo y entrar hasta el sótano al regreso.
Confieso que acostumbro a andar solo por las carreteras distantes sin que me asombren ni asusten los encuentros ni las incidencias del camino….pero, este hombre sucio, de cabellos hirsutos, de ropajes infinitamente harapientos, que, por otra parte, no emite esos malos olores que asociamos con el sudor acumulado tras días sin ducharse en el cuerpo de una persona.
Este hombre que sabe a cada momento cada cosa que he de hacer o decir…
¿Qué y quién es este pobre hombre?
Por favor, me dijo, -déjame en esa esquina.
Cuando se hubo apeado de mi vehículo se volteó para enfrentarse a mi por mi ventana, y yo creí que me iba a ofrecer su mano en señal de gratitud, pero no, no lo hizo. Solo se detuvo, me miró fijo a los ojos y de nuevo, sin mover los labios, en mi cerebro le oi claramente decirme.
Esa carga de juguetes y adornos de papel de lindos coloridos que lleváis ahí atrás, va a dar un poco de alegría pasajera a chicos y grandes durante tres días….
Así parece ser….traté de decir… pero me cortó sin detenerse.
…pero el traerme a mi hasta aquí, a pesar del estado de mis ropas, el recogerme en el camino a pesar de haber sufrido alguna vez la maldad por servir a tus semejantes, constituye el regalo mejor que me han hecho en esta Navidad…
Y se alejó antes que yo responder palabra alguna pudiera.
Y llegada la noche de Navidad, esa noche en que sentados a la mesa, mi familia y yo nos disponíamos a compartir esos manjares que hasta los más pobres de la tierra tratamos de compartir en honor a la bondad, nuestras vidas comenzaron a cambiar. No sé por que razón, yo que nunca les cuento a mis hijos las peripecias de mi trabajo de chofer de camiones
grandes que recorren el país transportando varios tipos de mercancías, comencé a contarles el encuentro con este pobre mendigo harapiento que no tenia mal olor….
pero, por dios, algún olor tendría, papá, ¿no?
El olor de los turrones, cerdo, pavo y vino, de pronto se tornó en mirra e incienso, y todos lo notaron…
Mi esposa algo asustada propuso, vamos recemos un “Padre Nuestro”.
Y de pronto, sin que nadie le quitara el cerrojo, la puerta se abrió de par en par y por ella penetraron unos seres angelicales cargados de instrumentos, liras, harpas, violines…
Millares de luciérnagas flotaron sobre nuestras sorprendidas
frentes y en medio de una melodía que elevaba nuestros espíritus al no sé donde, el pobre mendigo tomando una copa de vino de la mano de mi hija menor, que se la ofrecía, nos dijo
pausadamente:
Mientras haya en la tierra un hombre de buena voluntad, yo estaré con vosotros.
Y de pronto las luces todas se apagaron por un instante.
Luego, al volver la luz, la puerta estaba cerrada, allí solo estábamos los miembros de la familia, confundidos pero de algún modo serenos.
Y en el centro de la mesa, en lugar de una serie de oropeles comerciales con que hace apenas un instante teníamos decorada la cena, había sentado un crucifijo pequeño, pero tosco, como hecho por la mano de un artesano sin herramientas filosas. Y en el diminuto pedestal del mismo había tallada una palabra breve, pero significativa: “¡Luz!”
Nuestras manos encadenadas alrededor de la mesa, y nuestras cabezas bajas humildemente pronunciamos a coro.
¡Amen!

2 comentarios:

  1. Don Gilberto

    SI JESUS VOLVIERA A LA TIERRA UN DIA COMO ESTOS, es muy probable que una escena similar a la que aqui describo seria su destino. La Navidad hoy es una Feria Comercial, una cascada de oropeles y plásticos mayor que Las Cataratas del Niágara y el Salto de Santa Ana puestos juntos. Es una bendición en cierto modo porque crea alegria en unos y empleo productivo en otros, pero de Jesús solo los andrajosos trapos, que nadie desea tener cerca ni ayudar...

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  2. Gracias Don Gilberto,es la mano divina de Dios que esta siempre puesta en los hombros de aquellos que hacemos el bien.como siempre mis saludos fraternales.feliz navidad a usted y su familia.Fernando.

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