10 dic 2010

AGUA BUENA, AGUA MALA

AGUA BUENA, AGUA MALA

> General, Narrativa — Gilberto 
 
 


Allá y aqui, las mismas aguas son…

Era yo muy joven y lleno de bríos, pero si muchos golpes pegaban las olas contra babor por la proa lanzando blancas espumas que se chorreaban sobre y por los cristales del puente, añadiendo sus risas a la blanca oscuridad, muchos giros también daba yo pegado a la gigantesca rueda del timón. Las cabillas, cadenas y sugas que hacían de comunicador paseando sobre las cubiertas para llevar las órdenes a popa y tratar de amenguar los tirones de babor a estribor a babor…. Da Vinci y su novia, la rosa, danzaban como la princesa cuando le presentaba la cabeza de Pedro al Rey.
Cuarto de vuelta, 30 grados, cinco más vuelve al cero corre al sur ahora en redondo, pasito alante, pasito atrás, profesor enséñeme a bailar… ¿Por qué no a nadar mejor? Los ensordecedores aullidos de lobo en nada superan al viento contra los cables y serviola parado allá en el confín de la proa, acurrucado que puede estar, las manos hechas churros sin calentar, la campana a sus alcance que no lo espera para sonar, los platos que ruedan de lado a lado sobre las mesas y más aguas que me corre por los pies porque ya rompió el secreto de un cristal…
No se asusta nadie porque el piloto con tantos años sobre el agua sea el primero en vomitar, a pesar que estuvo aguantando largo rato para primero explotara el timonel, paciencia, mi señor, que yo también he de cantar.
Rugiendo allá arriba el “pito” que para mi barco era “whistle”. Aunque eso quiera decir, “chiflar”. Si fuera entre cubanos hubiera dicho el travieso que aquí siempre chifla el mono. Pero esta es una nave de grandes y curtidos marinos y de científicos que se
limpian con hojas de seda y pana al defecar. El único pirata en la escena está al timón. Me dejan ahí mucho tiempo, tanto hasta que mis brazos cuelgan desgajados como árbol derribado en el costado de la loma allá al caer. No sé si es que me consideran bueno, muy bueno, que me toman por tonto, o que de veras lo hago bien. Y me gustan a veces esos sustos del chillón.
El ronco rugido cada dos minutos del silbato se pierde entre la infernal orquesta de tantos instrumentos de liquido cristal. Miran, miran, y vuelven a mirar, serviola piloto y capitán. No es que haya miedo, es atención profesional. Témpanos de hielo de mil tamaños flotan giran, danzan, señor maestro, enséñeme a bailar. Y por bailar claro que alegremente y con sus risas enloquecedoras danzan.
Y las finas gotas se tornan en grandes gotas, y estas y otras me obligan de vez en cuando a resoplar y quitármelas de la cara porque no me dejan ver ni respirar.
El Segundo, mi mentor, apiadándose de mi tal vez, se me plantó a la derecha y entre los dos ahora hacíamos girar aquella rueda que de pronto cual fantasma maligno del Valhala giraba de tirón sin consultar y entonces los “spocks”, eran batazos en un campo de beisbol en un mundial, y al instante giraban a otra parte como dardos endiablados tratando volar, o unas mazas de vikingos que nos querían apabullar.
Y sin quererlo bebimos del agua con sudor que desde mi cabellera por ojos nariz y mejillas tantas veces en la boca me cayó.
Y dos días después ya pasada esa tormenta me sentaba en las rocosas laderas de un volcán. Del leve callo que allí sentí espirales similares a humo blanco se elevaban…aunque no iban muy lejos en lo alto, pues a poco ya se congelaban. Y las aguas corrieron. Y mis brazos con el tiempo se curtieron.
Girocompás. Loran, Radar, pirulís en las bocas de los chicos, azucenas en el pelo de la novia, barriles de petróleo debajo de las cubiertas, reflectores y detectores, figurines de capitán y mares por la cintura del globo me ven pasar. Por allá arriba de las montañas distante se ven las nubes que viene hacia el mar.
Hay nubes rosa, grises, amarillas y coral, todas variantes según que vuelan o a donde van….
Copiosa lluvia sobre mi cabeza cae. Velas al viento, eso me ayuda. Bebo del alto, lo que me cae. De pronto pienso y pregunto:
¿Dime, lluvia, nos conocemos?
Pasan las horas, días más pasan y llego a casa.
Duermo esa noche, ¡vaya, no faltaba más!
Y cuando amanece taza en la mano al jardín de mi portal me acerco. Me deleitan mis rosas, jazmines y claveles, me gusta cuidarlos bien. Pero he pasado mucho tiempo ausente, el que estado entre las olas del mar.
Deslizo suavemente mi mano por debajo del pétalo de una rosa. Cuido que mi atrevimiento no la vaya, cual a la novia somnolienta no la vaya mi mano a despertar.
No llegué a tocarla. No me atrevo. Es virgen, es sagrada, es nueva, es mujer…..
Alli, sentada con su prisma, redondita más que el planeta que habitamos, cristalina, sonriente, está esperando. Solo queda saber de todas ellas, ¿esta es cuál?
¿Cuál de las millonarias gotas de agua salada que empaparon mis mejillas el  Ártico eres tú?   ¿O es que acaso me persigues por los mundos y eres la misma que me mojó las espaldas mientras navegaba por el Ecuador? Fría, cálida, fresca, espumosa, blanca, cristalina, verde o azul, cuál de ellas eres tú?
Oí a mi hijita llamar: “Papá, déjame que corte esa rosa y la ponga en tu mesita de noche, así, con su gotita de rocío, ¿quieres?”
Esa otra noche la dormí acompañado de esa gota de mis sabores, formas y amor que me ha seguido, fiel a mí, fiel al humano.

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