Póngale usted a un elefante, una ofensa, a un orate una provocación,
a un circo un evento fortuito y, para el deleite y susto de los
chicos, va y le postulan a usted para un Oscar. Y a la memoria un
jazmin. Lea, si me hace el favor usted, pues.
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"Paridas" estaban todas las centenas de hermosas matas de "higuillo"
o álamo temblón, que rodeaban, por la parte interior de las aceras,
las cuatro calles que conformaban la vacía manzana de terreno
llamada "El Escolar". Decíase que ese nombre le venía a ese lugar de
una antigua y grande escuela que durante mucho tiempo había ocupado
el terreno, y que un voraz incendio lo había destruido todo. Repito
yo lo que oí de niño, y yo solo tenía ocho en ese tiempo que relato
aqui.
Las aves se engullían de las dulces frutitas de esos árboles y,
confieso que los chicos también. Y los trinos y alardes de los alados
daban a la Ciudad De Sagua La Grande uno como aire de delirante
alegría de vivir en la naturaleza. Entre otras cosas porque nadie
osaba lastimar al más infeliz de aquellos alegres animalitos. Y a su
vez estos parecían tornarse en lisonjeros amigos de la vida.
Yo vivia en casa de mi Tía María, en la calle Enrique José Varona, en
el mismo centro de la cuadra. La casa de al lado la ocupaba una
escuela privada, "La Escuela Robles", donde hice, creo el tercer
grado. Don Miguel y su esposa y Don Enrique, hermano de Miguel eran
castellanos, y así sus enseñanzas que guardo en mi corazón como
preciado tesoro dado el calibre de personas tanto como de profesores
de que aquella ilustre familia podía hacer gala. Al frente, en la
esquina de Luis Mesa estaba la Farmacia y Laboratorios Tejerina, que
atendía personalmente aquel rojísimo gordo, doctor Rafael Tejerina
Lazo ( dicho sea de paso, el creador del "Vermífugo Tejerina" para
las lombrices) que era bien conocido en todo el país.
En ese terreno de Los Escolares, se jugaba a la pelota, se corrían
regatas de saco en las fiestas patrióticas o navideñas usualmente y,
cuando venían los circos que cada año hacían sus tournees a todo lo
largo y ancho de la isla, era allí, en ese lugar, por céntrico,
llano, limpio y conveniente, donde se levantaban las carpas. Dada las
circunstancias esas, los chicos de ese entorno disfrutábamos mas que
los otros del pueblo, aun cuando no entráramos a las funciones.
Los animales, los payasos, la tramoya, los coches, carros, caballos,
leones, tigres, mujeres gordas con luengas barbas (!?), "tarugos" y
enanos estaban ante nuestros ojos durante varios días de cada
visita. Y alguno que otro se aventuraba una charla con nosotros,
mientras que muchos lográbamos ayudarles con sus animales y así poder
pasar "por debajo del telón", o "colarse", es decir, ver la función
sin pagar. Y de ese modo, pobres y los otros gozábamos de la visita
de cada circo, de una manera sin par.
Era el año 1929, cuando los entrenadores amarraron sus elefantes a
los ricamente semillados higuillos mientras los "tarugos", y todo el
resto de los artistas se ocupaban en los quehaceres de levantar las
lonas, armar los asientos, en fin...las mil tareas en las que el
artista, de pronto, se ve convertido en carpintero, aunque solo este
entrenado para cantar "La Traviata" o el Maestro de Ceremonias tiene
que cocinar para que los payasos puedan clavar estacas y la "doncella
divina" plancha las telas que van a cubrir los improvisados camerinos.
Entre el bullicio de la enjambre de trabajadores, artistas, tarugos,
curiosos y totíes, la sinfonía era más una escena de Jazz Neoyokino
que un campamento de gitanos con chicos....aun que se perdían los
delimitadores en medio de la ajetreada alegría del momento.
Cinco elefantes fueron atados por los entrenadores, cada uno a un
álamo, directamente frente a la casa de mi tía y a la escuela Robles.
Eran como las dos de la tarde; no, miento, yo salía de clases, eran
más bien las cuatro, pero sea; una gritería, varias gentes corriendo
en todas las direcciones, unos gritos de auxilio, un no se sabía que,
de entremezcladas carreras dominaban el momento y no muchos podían
entender que pasaba. Una mata de higuillo era arrastrada por todo el
terreno, lonas, coches, ropas sogas todo un centenar de cosas
enredadas se arrastraban en todas las direcciones. Y de pronto, un par
de disparos de pistola retumban aumentando la confusión y hasta un
poco de miedo. Cada cual se refugiaba donde podía y las casas vecinas
alojaban de prontro a vecinos y extraños por igual.
Una puerta de La Farmacia Tejerina de pronto era arrastrada a lo
largo del parque y el buen doctor desde detrás del mostrador
gritaba que llamaran a la policía...pese a que el tenia el teléfono
ahi mismo, al lado de su mano derecha, y que no se daba cuenta, hasta
que un empleado se lo indico, sobre el mostrador, y no lo veía. Y así
pasaron una decena de minutos que parecía ser más largos que la
noches de los siete puñales.
Calma caballeros, calma bellas damas, calma, por favor, pedía un
hombre medio uniformado de rojo, que saliera de dentro de uno de los
vagones. Calma, que ya el animal está controlado. Era cierto, el
elefante habia sido atado de las cuatro patas con uno de esos
aparatos que los gauchos argentino lanzan a las avestruces, un bolo
creo que le llaman, compuestos de una soga o correa con dos bolas de
metal atadas a sus puntas. El pesado animal rugia. Se le veía
furioso, tan furioso que se preocupaba uno por sus amenazantes gestos.
Mas allá un policía traía, sostenido por el cuello de la sucia
camisa, al "bobo" de Sagua. Loco, le decían unos, bobo le llamaban
los otros, pero fuera cualesquiera el remoquete que le asignaran,
aquel pobre diablo era un negro flaco, de edad indefinida pero, tal
vez no más de 38, que deambulaba por las calles pidiendo cigarrillos,
cafe, limonada, o lo que se diera. Nadie lo veía como un real
limosnero; era, tal vez, que sufría de algún desquiciamiento
cerebral, pues no era retrasado propiamente; pero era un infeliz. Y
los eternos "chéveres" del barrio se divertían siempre haciéndole el
ridículo y mandándolo a decir las palabras que ellos mismos no podían
y no debían decir. "Bobo, dile esto....bobo, tócale el... usted sabe.
Cuando pasaron al negrito por cerca de el elefante, el animal de un
atronador rugido estremeció la tierra. Y el negrito se escapo
corriendo.
"Memorias", dijo un entrenador. ¿No habéis oído vosotros hablar de la
extraordinaria memoria del elefante? Bien, hace como cinco
temporadas que este señor, atendiendo a unos necios que lo alentaban,
le clavo un aguijón muy crudo a ese animalito. Y ellos, los
elefantes, nunca olvidan. Por eso, cuando el tío se acercó a
tocarlo hoy, el elefante se asustó...Pudo haberlo matado si logra
atraparlo antes que nosotros. Ese negrito puede contar que hoy ha
nacido por segunda vez en su vida.
Las funciones de El Circo Montalvo siempre eran de lo mejor, pero ese
domingo los directores decidieron dar al pueblo de Sagua un regalo de
buenas amistades: la función del mediodía, o Matinee, la dieron
gratuita para los niños sagüeros.
Y se marcharon prometiendo volver el año siguiente. Y a las dos
semanas vino El Gran Circo Pubillones, y después le tocó al Teatro
Principal recibir a la Compañía teatral argentina de Eugenia Suffoli
o Zuffoli, que no recuerdo cual letra era. Y siguieron los tiempos
pasando, y los elefantes comiendo higuillos en cada visita en
competencia con los gorriones, los totíes, nosotros, los chicos y el
negrito bobo siguió sirviendo de marioneta a los chéveres, que en ese
tiempo todavía no se habia inventado el “cheverísmo”, pero ya existía
el tipo, y las aguas siguieron cayendo desde lo alto de La chorrera
hata el naciente de "El Undoso" y los caminos se bifurcaron para dar
paso a este futuro que hoy aquí vivimos los actores y espectadores
que aun rememoramos.
Curiosa vida y dulces recuerdos de nuestra querida Sagua.
--- Fin del mensaje reenviado
<g.rodriguez_23@...>
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