A la deriva
Las olas se estrellaban contra el costado de estribor, lanzando salpicaduras a nuestros ojos y chorro tras chorro del salino liquido al interior de la cabina. El mástil se sacudía libre de carga como los potros cerreros cuando juguetean en las montañas rocallosas. El último jirón de la telas se abría paso a tropezones entre cresta de ola y bocanada de tormenta. El bote corría de costado, manipulado a gusto por las ondas descaradas…al garete.
La pala del timón flotaba y se me reía burlona a unos pocos metros de la borda. Una carcajada de las aguas le había arrancado de sus soportes y ahora le mecía como a diosa en hamaca de mullidas cuerdas. Un remo era mi medio único de propulsión ahora, como si el espíritu de Saint Elmo quisiera robarme todas las pocas energías que me quedaban para usarlas en la noche como lumbre a su supuestamente maldita luz de los mares.
Las jarcias, alguna de las cuales había sido arrancada de su base en la cubierta, revolaban en todas las direcciones cual columpio en el parque movido por traviesos pillines, aunque a mi se me antojaban péndulos en la torre de la catedral.
“Tengo que amarrar esos cables o…” – Me dije, sin poder concluir la frase: un fuerte latigazo me rajó la cabeza.
Ahora el agua y el rojo líquido me corrían por los ojos haciéndome mucho más difícil la misión, porque los bandazos y sacudidas eran tan violentos como si las fuerzas, la experiencia y las habilidades mías estuvieran siendo puestas a una dura prueba.
Al fin limpiándome la sangre del rostro con el dorso del antebrazo derecho, de un salto atrapo el dichoso cable de la jarcia y me aferro al mismo, pero…Una ola que casi vira el bote completamente, de pronto lleva el palo casi hasta el punto de tocar las olas y, de paso, me tira, jarcia en mano, fuera de la cubierta, al mar.
Pero, -“¡Ah, gato; que uñas te gastas!”- no logró hacerme soltar el cable. Ahora no solo mi cuerpo colgaba de el mástil en este juego de gato y ratón si no, mi propia vida.
Usando mas fuerzas de las que ya me quedaban, en un instante en que el peso de mis huesos, por unos pocos segundos, pude levantar, envolví mi brazo derecho en el cable en forma de espiral y me amarré la punta del mismo alrededor de la cintura.
La próxima ola, que ahora era menos violenta pero más alta, devolvió el nivel del bote hacia el lado opuesto, con lo cual el mástil tiró de la jarcia y el cable de la jarcia tiró de mí. Creí que se me desprendía el brazo del cuerpo cuando volaba por sobre la cubierta golpeándome cada hueso del cuerpo como si el cocinero del infierno hubiera decidido hacer un amasijo de carnes a costa de mis piernas. Pero no logra hacerme soltar el cable. Ni cuando estaba en el agua, fuera del bote, ni ahora, forcejeando con el cable en cubierta. Y logré al fin atar el cascabel al gato. Un problema menos.
El viento no amaina, el bote sigue acumulando agua en su vientre, con lo que se hace más cruel y violento cada bandazo que sufre. Pensé que si derribaba el mástil podía ciertamente aminorar la violencia de los vaivenes de costado,…pero, a veces lo que parece malo, no es siempre lo peor…
Y, luego, -¿con que se sienta la cucaracha?- todo lo que estaba suelto había caído al mar ya… y el hacha también. Nada había abordo con que cortar el duro palo de la vela. Miré de pronto hacia el agua que ahora se gozaba de su triunfo,
bailando allá dentro de la cabina. “¡Hola, amigas, estamos de fiesta; ustedes y yo, solitos al fin!” –les dije.
bailando allá dentro de la cabina. “¡Hola, amigas, estamos de fiesta; ustedes y yo, solitos al fin!” –les dije.
La botella de coñac que siempre me acompañaba en mis aventuras, mirándome descaradamente, danzaba al compás de un Strauss empedernido que pretendiera robarle su reino al Rey Neptuno y, desnuda ahora de su etiqueta, como que me retaba a libar.
Coñac, mujer, hembra, salvación, compañera fiel….
Tragué como un bendito que se arrastrara a los pies de una diosa tentadora y silente besándole los pies por su bendición. Y al hacerlo y echar la cabeza hacia atrás, en el momento en que una ola chocaba, resbalando caigo boca arriba mientras un chorro del cálido licor se derrama sobre mi cara.
“Ah, bueno, también me quieres curar la herida…” -Y me lo froté, el licor, sobre la herida, mezcla de agua, alcohol y sangre.
Los días pasaron.
Cuando las olas se calmaron un poco yo logro con el remo volver el bote popa al viento y, de ese modo, el pelado y alto palo, al ser empujado por la nueva ventolina me sirve de una suerte de esqueleto de vela. Pero en cuando al agua, no tengo medio alguno para sacarla, con lo que se hace muy difícil avanzar en dirección alguna, como no sea hacia el norte.
Las aguas del Atlántico, dada la posición por la cual yo navegaba cuando empezara la tormenta, por mucho que el viento del Norte me empujara hacia el sur, el calado que el agua abordo me le había impuesto al bote tenia por fuerza que haberme llevado al menos unas cuantas millas en dirección norte, Terranova, Groenlandia, Islandia, tal vez Portugal, Noruega. Pensé en Julio Verne, y en su Capitán Nemo viéndose arrastrados hacia el Maelstrón.
¡Horror! -Me reí de mi mismo. ¿A qué pensar en ser tragado por los remolinos de él, cuando las quemaduras del sol y el salitre que ahora carga mi piel, el hambre y la sed que calan mis mas profundos tuétanos, y la incertidumbre que conllevan
los horizontes desiertos…?
los horizontes desiertos…?
Comencé a cantar. Por favor, olas amigas, no se enojen de nuevo, canto para ustedes.
Un tiburón curioso se aposta cerca del bote. Nos miramos…una y otra vez.
Pienso. Nos miramos muchas veces y entra la noche. “En la noche vendrán sus amigos y familiares; probablemente ya este cachondo les ha mandado aviso: “Venga uno, vengan todos, que hoy comemos…” Y me antojo yo de pensar en hacerle una pregunta al buen animal: “Oye, ¿hermano, quién se va a comer a quién?”
Pienso. Nos miramos muchas veces y entra la noche. “En la noche vendrán sus amigos y familiares; probablemente ya este cachondo les ha mandado aviso: “Venga uno, vengan todos, que hoy comemos…” Y me antojo yo de pensar en hacerle una pregunta al buen animal: “Oye, ¿hermano, quién se va a comer a quién?”
Pero el tiburón luce joven y saludable y, con una dentaduras perfectamente bien afiladas, como las tijeras de mi madre, cuando aquel gallego, que con un aparato de una rueda, un pedal y una piedra giratoria las dejaba brillando en sus rebordes, cada mes.
Mientras que yo, a más de dos semanas de separación de una comida,la boca reseca y el orine en candela, ¿con qué cuento para la cena? Ríe, alégrate, estás vivo, mira al futuro, allá alante hay un puerto….ja, ja, ja!…todo lo que flota llega a la costa.
…!
Cuando miré a mi alrededor no tenia la menor idea de donde estaba, ni de qué hacían todos aquellos hombres uniformados trabajando afanosamente en y sobre mi…y esos saltos y chillidos.
¡Bien; ya vuelve, está vivo!
¡Ya vuelve!¡ Vive!
¡Lo salvamos!
Don Gilberto
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