Dos cubanos en el Polo Norte
Hace unos días leí estos contornos isabelinos, entre menciones de los barcos que a través de los años visitaron el Puerto de La Isabela, la mención que se hacia de los barcos Noruegos de la Compañía ¨Nortraship¨, organismo creado por el reino de Noruega para coordinar todos los buques de bandera noruega bajo una sola dirección para servir a la Patria durante la Segunda Guerra Mundial. En uno de esos barcos tuve yo el honor de servir, era el “Bruch”. Esta nave llevaba el nombre del celebre compositor alemán, Bruch.
Algún tiempo después de yo estar navegando entre Cuba y puertos americanos transportando azúcar crudo cubano, Armando Hernández, de la familia que tenia el ¨Tren de Bicicletas¨ en la Calle Calixto García, al lado de la Talabartería ¨El Potro Criollo¨, en Sagua la Grande, se une a la tripulación en calidad de camarero. Durante esa travesía nos cruzamos, frente a West Palm Beach, con el barco cubano que tanto hizo y que había de insertarse en la historia, naval de esa guerra, El Camagüey.
Y tanto Armandito como yo recibimos sendos regaños disciplinarios por saludar efusivamente, de borda a borda, a nuestros valientes compatriotas, (eso era, entonces, considerado una acción riesgosa en tiempo de guerra).
De ahí en adelante nos alejamos de Cuba. Muchos viajes por los mares del Norte y el Canadá haciendo muchas y muy variadas labores para los países Aliados y en condiciones las más veces del tiempo, aventuradas y peligrosas. Y parece que lo hicimos bien. Por obra del Destino tal vez, Armandito y yo fuimos, después de someternos a unas muy duras y exigentes pruebas é investigaciones, seleccionados para acompañar, a bordo del mismo barco, el “Bruch”, a una doble misión, parte científica, parte militar a la Groenlandia.
Cargamos en New York comestibles materiales técnico-militares, y a ciertos altos militares Dinamarqueses, noruegos y americanos. Más recogimos en Boston, cargamos otras cosas en Sydney, Prince Edward Island, Nova Scotia, Canada [Allá sorprendimos a un submarino alemán que con mucho esfuerzo, una tarde, a las 4:30 mandamos al fondo, (para ese tiempo estábamos armados).
Por el Golfo de Saint Lawrence fuimos al Río Saguinai, en la parte francesa de Canada. Tengamos presente que esta era una acción de guerra, y por lo tanto todos nuestros movimientos eran secretos. Por el Saguinai fuimos a parar a una pequeña ciudad que parecía un paraíso. Llegamos un sábado. Al día siguiente, domingo Armandito y yo salimos a caminar por el pueblo.
¡Cuanta belleza! Casas, vegetación, gentes, qué encanto…. Y encontramos el pueblo desierto. Las casas de familia, -¡todas, absolutamente todas! -tenían las puertas abiertas sin cerrojo, habitante ni perro….y eran las diez de la mañana!¡Todos estaban en la iglesia y me decían luego que esas casas estaban abiertas para los hijos de Dios y que Dios las cuidaba!
La fuerza aérea canadiense nos dió fiestas, y cargaron abordo maderas, cajas, ¡muchas cajas muy pesadas!, mas comestibles, cerveza para los US Marines y, lector amigo, agárrate fuerte, ¡helados! Muchos helados de variados sabores.
Y más altos elementos científico-militar se nos unieron allí. Luego entonces partimos rumbo a Saint John´s, Newfoundland (San Juan de Terranova, si alguien recuerda su geografía.) Llegamos a Saint John´s apenas tres días después de que cuatro submarinos alemanes penetraran las defensivas redes de acero que protegían la estrecha y peligrosa entrada al puerto. Al menos dos submarinos perecieron. Y al fin, completa la dotación de gigantes pelirrojos con dos cubanitos partió para ¨ un lugar desconocido ¨ y con una advertencia de ultima hora, de esas que le ponen a los huesos sabor a hormiga: ¨Van solos a los mares del norte, y no hay ni un solo “destroyer” disponible para escoltarlos. …y hay tormenta del norte.”
Si usted que me lee, ha viajado, tal vez lo sabe, o si mira el Canal del Cable televisión llamado ¨Discovery¨, cuando vea como se pesca el cangrejo en el Océano Ártico puede hacerse una idea de nuestra misión entre los submarinos. Y llegó la tormenta. Y navegamos durante cuatro días proa al viento, excesivamente cargados, a toda máquina avante, pero cuando paró el viento, estábamos una milla más lejos de nuestro destino, que el día que comenzó la ventisca. Yo sé, yo era timonel de primera y casi dejo los brazos en la rueda.
Increíblemente, Armandito, que jamás había pisado la cubierta de un barco antes, fue ¡el único humano a bordo que no se mareó! Y trabajaba sus horas normales en el comedor. ¡Qué sagüero! Al fin llegamos a las costas de Ivigtut (hoy llamado Ivittuut) donde está la mina más grande de ¨Cryolite¨ del mundo, única.
Hoy un desierto tanto humano como mineral. Y comenzó la aventura. Por varios días el hielo encerró el barco allá por la costa de Sukkertoppen, pero los científicos emprendieron sus trabajos, con nuestra ayuda. Christianhaaven, Julianhaaven, Gothaaven y muchos otros lugares nos vieron trabajar. Y al fin nos vemos una noche comiendo helados, bajo una tormenta, en un barracón con los US Marines, celebrando la instalación a que estábamos nosotros, el sagüero y el isabelino contribuyendo:
EL PRIMER RADAR GIGANTE que se preparaba para detectar los submarinos alemanes a su paso hacia el Continente Americano y cuando se guarecían en las costas de la Groenlandia para esperar y hundir nuestros barcos a su paso por los mares del norte.
Quiero aqui hacer un paréntesis: hoy las enciclopedias dicen que el Radar de Groenlandia se instaló en los años sesentas, y que la ¨Creolita¨ comenzó a exportarse por el mismo tiempo. Ambas notas son falsas. Lo que si es cierto es que nosotros estábamos juramentados a nunca decirlo, porque en su momento era una arma de guerra de extraordinaria magnitud…y el secreto era la más poderosa de las razones para la causa que nos ocupaba.
Nosotros trajimos mucha Criolita para New York. Y mucho oro. ¡Oh, sí, trajimos ¨fool’s gold!” o sea, Pirita. Magnifico trozos de oro puro…a la vista. Échele una miradita a la Enciclopedia, se va a divertir. Esos Marines son y siempre han sido no solo militares, pero los mejores hombres, los más extraordinarios servidores que esta nación y la humanidad jamás podrán tener. Las condiciones increíblemente difíciles, el tiempo cruel, la alimentación de latas y ¨C¨Rations, y la luz del día ninguna.
Oscuridad blanca, Luces del Norte, de Saint Elfo, de esas que juegan como niños en “la Hora del Recreo” en el patio de la escuela, pero que no ayudan la visión, pese a su extraordinaria belleza imaginaria. Pero cuando se mencionaba un esfuerzo más, otro sacrificio, un abandono del descanso te decían tranquilamente: ustedes en el agua
sin protección y nuestros compañeros en Filipinas y Europa están atravesándola peor que nosotros, y bien vale que nosotros hagamos un poquito más. ¡Cuan noble esos Marines, nuestro esfuerzo les motivaba!Y entre hielo, nieve, noches blancas,- totalmente blancas,-maquinarias que rugen y humean, focas, osos, morsas, cerveza hecha de yedra, huevos de aves atrapadas con las manos, pieles de animales que hubieran atraído miles de dólares en Londres, Paris y New York, pasábamos el tiempo. Yo me dejé crecer la barba, y muy negra que tenia. Y la negra pelambre que Dios me dió.
Y Armandito se pasaba el día borracho. Con su pésima voz, se acostaba a cantar cantos esquimales, dado que como era el camarero de a bordo tenía que permanecer todo el tiempo en el barco. Yo me uní al equipo de exploradores.
La necesidad de comunicarnos nos creaba una situación especial. Un Científico, Capitán de la Marina de Guerra Danesa, conocía a los esquimales y podía entenderse con ellos en Danés, pero eran muy pocos. Toda la tripulación noruega, los americanos y canadienses, rubios, pelirrojos, ojiazules y altos, tenían dificultades para comunicarse con los nativos. Y era extremadamente necesario hacerlo.
Mas. Los esquimales son pequeños de estatura y oscuros de piel (aunque no toman sol), y no tienen barbas que acompañen sus enormes cabelleras negras. Hay un gran parecido entre los indios Mayas y los esquimales groenlandeses. Mientras que yo, con 5´7¨, aunque mas alto que ellos, digo, que los nativos, era mas bajito que los sajones, mi pelo negro y mi modo de ser y actuar que siempre he sido muy accesible. Además de tener buen oído para la música, -y la voz es música-; pronto aprendí un poco de los lenguajes Innuit. ) Ellos venían desde lejos a tocarme la barba negra, que ellos no tenían, y de eso hacia uso yo para aprender a comunicarme con ellos.
Y llegó la Navidad estando de nuevo en Sukkertoppen. Para entones ya teníamos novias. La mía se llamaba Inger, y la de Armandito Ikke. La Navidad noruego-danesa tiene muchas características cristianas, pero es algo diferente en algunos aspectos. Al tiempo que es de una belleza y de unas formas, que aquellos que creen que los nórdicos son gente fría, ya quisieran tener el privilegio de compartir estos días del Señor con ellos.
Pero aquí entró a formar parte de las festividades una nueva y muy interesante organización humana: la juventud esquimal que estudiaba en la escuela danesa del puerto. Su coro de voces, los cantares tristes del cazador ausente, los lamentos melodiosos y sutiles como pequeños susurros del viento, cuerdas bucales capaces de imitar la voz de la ballena triste al vaivén de los hombros de sesenta chicas en un hacer casi que santo, bello e impresivo en su extremada sencillez de bosque desnudo.
Y los vikingos vibran con la enormidad de la cena y el consumo de cantidades increíbles de licor sin que veamos un solo signo de otra cosa que sea una genuina pasión por lo bello del momento. Era el 25. Allí no vi regalos. Si acaso a un villano se subía la idea de lanzar una bola de nieve. Pero no, ni siquiera Armandito. ¡Y miren que la pescó fuerte!
La que aquél sagüerito agarró fue tal, que esa noche, que por cierto fue excepcionalmente obscura, salimos todos, los esquimales, los noruegos y cubanos, con la energía que nos había regalado el cielo esa noche, a pasear sobre el mar que de nuevo estaba todo hecho de cristal.
Y Armando empezó a cantar con los esquimales. Ellos trataban de seguirlo en una especie de guaguancó en Innuit. Señores, que la bondad mía es exagerada con mis amigos, lo de Armando no era voz era suspiro de la cloaca. ¡Ah, pero Dios es grande en cualquier idioma. Era tan cruel el churro, que el hielo se abrió un poquito y un cuerpo descendió veloz. Así, de suavecito.
Frenéticamente luchamos todos, todos, para sacar al sagüero del agua. Nunca supimos cuan lejos hacia allá en la profundidad descendió Armandito. Lo que si yo puedo decir es que, uno de nuestros astrónomos daneses dijo, “la temperatura en el agua es de 48 grados Farenheit, bajo cero, se nos muere este hombre.” No, señores, no; “Armando Hernández tiene tanto alcohol dentro que no ha sentido el frío” dijo un médico del grupo.
Bueno, sagüeros, si alguno de ustedes no cree en milagros, al sacarlo del agua, y ante las miradas aterradas de todos nosotros, Armando Hernández echando manos a una botella de whiskey que le ofrecieron, empató el villancico que venia cantando antes de caer al mar, como si no se diera cuenta de lo que acababa de pasar, y a cantar sus cuasi gruñidos se dió.
Y en estas navidades yo hablo esto por primera vez, para los de nuestro terruño, porque no somos muchos los que hemos vivido momentos así, de la Isabela al Polo y vivir después para contarlo.
Felicidades.
Don Gilberto
Diciembre, 2008.
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