EL LIENDRAS
Por
Gilberto F. Rodriguez
Su agrandada barriguita saluda antes de llegar a la esquina; llevaba una herida en el dedo gordo de su piecito derecho que alimentaba a una colmena de moscas que se deleitaban en su alrededor, a lo que contribuía sin el menor esfuerzo su fiel amigo, el perro Capitán. Aquel pobre perro cargado de peladuras y rasgones por sobre todo su cuerpo era su amigo y compañero desde siempre, acurrucado en una bola o, mejor, convertido en un aro horizontal, lo esperaba a cada amanecer cerca de la puerta del desvencijado casucho de palma cana que les servía de hogar al "Liendras" y a sus padres. El pobre animal no podía acercarse a la casa. Y si lo hacía solo lograba que el padre le diera un par de patadas por la barriga:
"Anda, perro sasnoso, lárgate de aqui...."
"Liendras, Liendras, muchacho, ¿cuantas veces te voy a tener que decir que no me traigas a ese cochino animal a la casa?"... Y seguia:
"...¿Tu no ves que lo único que hace es comerse lo que cagan las gentes por ahí, por el platanar?"
"Tiene hambre el pobrecito..."
Lamentaba el niño, -“…no tiene qué comer..."
"...perro-e-mierda..." seguía rezongando el padre. "...no quiero volver a verlo por aquí, ya lo sabes..."
"Pobrecito, Papi, si él es bueno y es mi único amigo..."
"Amigo, amigo; los perros no son amigos nunca; amigos son los seres humanos, así que búscate otro muchachito, como tú por amigo..."
` En verdad, el pobre chiquillo no tenía un solo amigo;
la extremada pobreza de sus padres y el absoluto descuido que les era costumbre hacían de el muchachito un asco humano; andaba sucio, casi sin ropas, los cabellos sin cortar y los piojos bailándole sobre la negra cabellera hasta el punto de hacer muy poco deseable su compañía, pese a que era un niño a quien lo que le faltaba de higiene lo compensaba con sus nobles sentimientos. Pero así es la vida.
La pobre criatura se echó a llorar aunque apenas se le oían lo sollozos.
"Vaya, Jacinto, deja al pobre muchacho, ya tiene bastante con el hambre y la miseria que pasa. Tu sabes muy bien que los otros muchachos no quieren jugar con tu hijo; que le llaman nombretes, que lo escupen y le hacen burlas; que en la escuela la maestra no lo quiere hasta que se ponga ropa limpia y se bañe to-lojdiaj...."
"ropa limpia, ropa limpia... ¿con qué dinero se la bamo a comprar, si con lo que gano no alcansamoj ni pa comer?"
"Lo sé, no te ejtoy reclamando..."
Lucio, el cantinero era quien limpiaba los cristales de las vidrieras exteriores del Hotel de La Bahía y siempre tenía que trabajar extra espantando a perros y chicos que se arrimaban a los refrigerados cristales para mirar con desesperada energía los manjares que allí dentro eran depositados para exhibirlos al cliente. Muchas veces había visto al Liendras merodeando por allí, o arrimado a las vidrieras con la sucia carita recostada al frio cristal del mostrador. Una veces lo espantaba, otras le hacia un gesto con la mano y la servilleta para que se alejara de allí.
El pobre Liendras era una perenne estatua plantada junto a las langostas, el caviar y las morcillas que se exhibían allí. Solía espantar a los comensales, decían.
Recuerdo el tango que lloraba:
"Vieja milonga, farra corrida, y a la salida, de la milonga, llora una nena, pidiendo pan..."
Tiemblan mis dedos sobre el teclado al recordar los muchos "liendras" que mis ojos han visto, que mil avasalladores recuerdos de tantos puertos y seres me presentan en la pantalla oscura de mi propio vivir. No hay luz en el camino; solo hay dolor.
Millares de recuerdos llamados por la suciez de su cuerpo o el olor de sus miserias transitan por el mundo, olvidados del tiempo, del hombre y hasta de Dios, si es que lo hay.
Si un hombre harapiento se cruza en la carretera con nuestro auto y nos pide que le llevemos hasta el pueblo distante, los mas no lo escuchamos: "Sucio, delincuente, hippy, atorrante, ladrón disfrazado de oveja” -pensamos.
Y le dejamos que camine. Que cargue su cruz, que su cruz es suya y no mía; que se compre un coche, como me lo he comprado yo..."
Y el mártir de El Monte de El Calvario sigue con la cruz a cuestas, pese a que hace apenas un rato salimos del templo y le ofrecimos limosna. Pero la cruz sigue sobre sus hombros, mientras que mi coche está limpio y perfumado.
Cargado con una bandeja inmensa llena de manjares para servir a los comensales del Yacht Club que se reunían para su Almuerzo Anual de La Sociedad de Los Amigos Del Mar, Lucilo, el camarero, pudo ver al Liendras una vez más recostado a la vidriera del frente del Comedor. Absorto en su destino, sus ojitos fijos en los comestibles que aunque estando tan cerca le eran denegados por ese muro invisible del cristal y la ley de los hombres…
¡Oh, no; de esas cosas la pobre criatura no podía saber!
El Liendras lamia la pared de vidrio y se saboreaba en sus adentros.
Su perro lo copiaba; Capitán lamió también. Lucilo sintió que un mundo se desriscaba por el desfiladero de sus días de vida, como se derraman las aguas cuando la lluvia afloja las tierras en lo alto de la montaña y no tuvo valor esta vez de espantarlos.
Pero la vida es cruel. En una mesa cercana a la puerta del frente del restaurante un emperifollada señora almorzaba junto a su hijito, pulcramente vestido como buen hijo de rico, de aproximadamente la misma edad que Liendras.
A ese chico parece que le gustaban los perros:
"Mira, Mamy, ese chico tiene un perro..."
"Un asco, es lo que tiene..."
"Pero, ¿ por qué si hasta ese pobrecito puede tener un perrito, porque no puedo yo tener uno también?"
"Porque yo no te voy a permitir traer a la casa un perro asqueroso y que te conviertas en un harapiento como ese, ese es el porqué...Y ya no me molestes mas con lo del perro...y además, a tu padre no le gustan los perros...YA.
En su plato, al generoso Juanin, que así se llamaba el chico le iba quedando un muslo de pollo que no se pudo comer. Porque, pensaba él, le habían servido demasiado comida.
Luego y, aprovechando que su madre se excusara para ir al baño a empolvarse la nariz, toma el manjar con su mano y corre hasta el exterior del restaurante y se lo pone en la nariz al desmelenado perro...
Mientras le pasa la mano por la cabeza con un gesto de ternura.
Capitán mordió con prisa, pero sin perder su innata nobleza, lo hizo con el borde de los labios, para no morder la mano que lo alimentaba.
Al Liendras, que al momento estaba semimuerto de hambre, los ojos se le saltaban en una como mueca, mezcla de puro egoísmo…al tiempo que de amor; la boca comienza a llenársele de agua al ver el muslo de pollo, primero en la mano del Juanin y luego en la boca de el perro...
Pero Dios hace milagros, dicen, aunque se parezcan a la discusión de los perros italianos, el uno genovés y el otro un "frachesco". Al sentir la mano generosa sobre su sucia cabeza, el perro puso, a pesar del hambre que tenia, el muslo de que pollo en el suelo y lamió la grasa que quedaba en la mano amiga de aquél generoso muchachito rico.
Aquí alguien es el mejor amigo...
El Liendras, de un salto le echa manos al muslo de pollo que ahora descansaba en el piso, alejado de todas las gargantas allí reunidas en su festín de "placer". ....
"Juanin, Juanin...." La madre de el bondadoso muchachito, entre asustada y molesta, buscaba al muchacho.
Allá ella con sus cotejos; el muslo de pollo vino del cielo.
El Liendras le pega un mordisco al manjar mientras Capitán lo mira, medio celoso, medio triste y aun le quedaban sentimientos, parece, para sentirse satisfecho por la alegría de su amigo, El Liendras.
Niño y animal se miraron a los ojos.
Perro y chico en uno como abrazo de hermanos,
el uno sin pronunciar palabra, el otro sin emitir ladrido.
El muslo de pollo cae al suelo. Los dos se miran sin que ninguno trate de saltar y hacerle trampa al otro....
Así pasan los segundos...tal vez minutos, mientras la madre se lleva a su generoso Juanin, casi arrastro, rezongando y molesta.
Luego, el Liendras recoge el pedazo de pollo frito, le arranca un mordisco y le pasa la mayor parte a Capitán, -¡Santos cielos, voto al cielo por que nazcan muchos hombres como este perro!- y este lo toma entre sus dientes y se lo acerca a la mano derecha de El Liendras otra vez.
Vaya y hable usted de amistad.
Lucilo, el camarero, observando a cada vez que se cruzaba su vista con el noble espectáculo que acababa de presenciar se hizo a sí mismo una promesa...
Y conservó en silencio.
"Desde hoy, aunque la tenga que robar de aquí, a esos dos les doy de comer yo."
"Oye, Liendras, ven acá piojolisto", -llamó; - "...hijo, desde hoy no te arrimes a la vidriera. Tu vas y me esperas a la salida de atrás, por el patio, que yo te voy a dar de comer..."
El Liendras no pudo hablar...solo lloró; mientras que Capitán le lamía las manos embarradas de grasa de pollo.
Y en la distancia volaba una gaviota viajera.
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